La Crisis humanitaria de los Rohingya

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Tomás Munita

Mientras se encontraba trabajando en las montañas del Perú el fotógrafo documental chileno Tomás Munita es llamado por The New York Times para cubrir el éxodo hacia Bangladesh de la minoría étnica Rohingya, una crisis humanitaria desatada cuando este pueblo musulmán es masacrado por la población birmana budista con la anuencia de su famosa presidente, Aung San Suu Kyi.

En este ensayo Munita reflexiona sobre la dicotomía entre la responsabilidad de producir un material que afectará las decisiones en las más altas esferas del poder, y su natural e inevitable búsqueda de la belleza, aún en las más dramáticas circunstancias.

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La búsqueda fotográfica siempre fue para mi un lenguaje a través del cual mi entorno se revelaba y se daba a entender a través de la visión. En ese ejercicio de búsqueda de imágenes, era la belleza la que iba encontrando signos, colores, texturas, gestos y formas, que comenzaban a expresar, poéticamente, y siempre desde una perspectiva bastante inesperada. Se trataba más bien de aprender a leer con luz, en oposición a lo que dice su nombre, escribir con luz. Pero cuando este lenguaje me llevó a trabajar para medios periodísticos como el New York Times, con quienes trabajé casi exclusivamente por más de 10 años, los temas que fotografiaba fueron, con algunas excepciones, cada vez más urgentes. Temas que requerían ser relatados con mucha sensibilidad y compromiso.

Rashida, de 25 años, junto a su hijo Mohammed, de 2 años, en el campo de refugiados de Palongkhali tras llegar hace unos 10 días. Su familia es agricultora, solían cultivar arroz y algunas frutas. Huyeron de su casa cuando los vigilantes empezaron a quemarlas y a matar gente, sin decir nada. Cuando le preguntaron qué quería, si volver o vivir aquí, dijo: “Donde pueda tener paz, quiero vivir allí”. @ Tomás Munita

Las consecuencias de una buena publicación podían ser remotas o abstractas, podía sensibilizar la opinión de muchísima gente en torno a un tema, pero lo cierto era que llegaban a las esferas donde se toman las decisiones. Con este peso sobre mi empecé a alejarme del juego de fotografiar tan solo por ese placer de comulgar con el entorno, de leerlo bajo mi extraña lupa, creando, constantemente, en busca del azar y del lenguaje de las cosas.

Quizás fue lo intenso de mi trabajo lo que me llevó a alejarme del juego, pues estaba relatando nuestros más profundos dramas, poniendo mi vida en peligro para llegar a ese espacio donde ocurre lo que debo presenciar, entrando donde resulta incómodo estar para fotografiar la cotidianidad de otros y ser su interlocutor. Con un editor esperando en la distancia páginas de un periodico que llenar. Ahora me es difícil volver atrás y bajar la responsabilidad de decir algo que contenga una verdad cada vez que tengo la oportunidad de que me escuchen. Las imágenes ya no son mi propio juego gráfico, intelectual o poético, debido a que hay gente que las va a ver siento que debo ser justo con quienes me permitieron fotografiarlos con la esperanza de que llegue su mensaje. Hayan sido personas, ríos o bosques los que me abrieron sus puertas, debo respetar mi compromiso.

Nazer Meah, de 60 años, a la izquierda, camina hacia Bangladesh continental junto con otros refugiados Rohingya. Perdió las piernas cuando el ejército birmano le disparó hace unos años. Él y sus compañeros de viaje, llegaron a Bangladés en barco tras cruzar el río Naf. @ Tomás Munita

Se que este no es el espacio para hablar de un genocidio, ni tampoco tiene mucho sentido que lo haga. Sin embargo necesito dar una breve explicación y de esta manera tratar de contar que es lo que busco cuando fotografío. Estas fotos fueron tomadas en Bangladesh, en el año 2017, después que la minoría étnica Rohingya, fuera masacrada, ultrajada y expulsada de sus tierras en Birmania a manos del ejército y los campesinos vecinos.

Es una historia que lleva años desarrollándose. Yo había tenido la suerte de trabajar en los campos de concentración donde ya algunos pueblos habían sido reducidos, algunos años antes. Había visitado también las idílicas aldeas donde vivían, era como viajar al pasado. Pero la tensión con sus vecinos budistas era fuerte. Hubo un monje que se dedicó durante mucho tiempo a predicar odio y miedo en contra de los musulmanes Rohingya. Echó bencina al fuego durante años. Los que conocíamos el tema sabíamos que una ola de violencia se aproximaba, sólo que nunca pensamos que fuera tan extrema, ni menos que la ganadora del premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, fuera a validar y proteger las acciones de su ejército, que de un dia para otro decidió acabar con los musulmanes: expulsaron violentamente a toda una etnia a la que le habían negado todo derecho hacia años, les robaron sus pertenencias, asesinaron y violaron sistemática e impunemente.

Gulbahar, de 25 años y madre de dos hijos, lleva en brazos a su hija menor a su llegada a Bangladesh con otros más de 600 refugiados rohingya en Anjuman Para. @ Tomás Munita

En pocos días se produjo el éxodo masivo, yo estaba trabajando en las montañas de Perú y me tomó varios días poder llegar a ese río que separaba la frontera de ambos países. Las imágenes que podiamos obtener eran solamente del éxodo, pues el genocidio al otro lado del río fue solamente relatado por los sobrevivientes y por las imágenes satelitales que atestiguaban la devastación.

Refugiados rohingya cruzando el río Naf hacia Shah Porir Dwip en Bangladesh en una balsa improvisada. La mayoría de estas personas no tenían dinero para pagar a los pescadores para que los llevaran a Bangladesh, por lo que pasaron semanas varados en un campamento, literalmente muriéndose de hambre. Su única salida era construir estas balsas. @ Tomás Munita

Debíamos mostrar el horror, el dolor y la desesperación de esta gente que lo perdió todo, de las mujeres cuyos hijos fueron asesinados antes de ser violadas y llegaban, descalzas, luego de días de caminar por la selva, de aquella muchacha que sobrevivió a los cortes de machete en su cabeza, de los niños que vieron morir sus padres y languidecían ahora en lo que se convertía en el campo de refugiados más grande del mundo, donde comenzaban a morir de enfermedades producto del hacinamiento. Y yo ahí, buscando como un loco, belleza en medio del caos.

Es extraño pero cierto, buscaba, como siempre, belleza. Tengo la certeza que la belleza es capaz de calar hondo en las personas, de buscar su propio camino en el espectador. La buscaba en la desesperación, en el dolor de una madre lavando el cuerpo inerte de su hija, en la belleza de su gesto de amor y de vacío, en la mirada perdida de un niño, en el cuerpo desnutrido y maltratado de un anciano o en los fugaces momentos de una alegría o luz pasajera que les devolvía la humanidad.

 


Acerca del Autor:

Tomás Munita (Chile, 1975) es fotógrafo documentalista independiente, con principal interés en asuntos sociales y medioambientales.

Su fotografías han sido reconocidas con algunos de los premios más importantes del fotoperiodismo a nivel mundial, algunos de ellos son 5 World Press Photo, Leica Oskar Barnack 2006 con su trabajo sobre Kabul, Gabriel García Márquez 2015, Visa D’or Daily News, POYi Latam Fotógrafo del Año 2013, NPPA Photojournalist Of The Year, Henri Nannen, Rodrigo Rojas de Negri y George Polk. Es contribuyente de The New York Times, National Geographic, Geo, Cruz Roja y varios otros medios internacionales.

Sitios Web:

tomasmunita.com
@tomas.munita

 

Todas las fotografías publicadas aquí tienen el Copyright del respectivo fotógrafo.

© 2019 Caption Magazine. ISSN 0716-0879