J. L. Arce Un Camino Vital
España es uno de los países con más monasterios en todo el mundo. Muchos de ellos siguen habitados a día de hoy por distintas órdenes de monjes de clausura.
Pero pese a ser un país de referencia en este aspecto, la realidad es que cada vez se cierran y venden más monasterios. Si bien hay muchas asociaciones y acciones orientadas a la conservación de estos espacios, alrededor de trescientos se han clausurado o reformado en lo que va de siglo en España. Una cifra sin precedentes en la historia de la Iglesia, donde la falta de vocaciones es la principal causa de este abandono progresivo.
Durante mi recorrido por cinco monasterios en España, tres de la orden benedictina y dos de la cisterciense, pude conocer de cerca su realidad e integrarme en su rutina diaria.
Ambas órdenes se rigen por la centenaria tradición de la Regla de San Benito, cuyo principio de “Ora et Labora” (reza y trabaja) es la máxima por la que se rigen.
La principal pregunta que me surgía al inicio era el por qué una persona decide “dejarlo todo” para irse a vivir a un monasterio en pleno siglo XXI. Quería entender una forma de vida que contrastaba directamente con el mundo moderno en que vivimos, y saber si hay solución ante la situación de crisis que viven.
A medida que hablaba con los monjes, iba acercándome a entender mejor su cosmovisión. Desde los más jóvenes hasta los más mayores, todos concordaban en que la vocación es el elemento catalizador para iniciarse como monje. Un misterio único e intransferible que supone seguir la llamada de Dios y llevar una vida de contemplación.
Es por ello, que entender la vida del monje como un camino y no como un fin, me ha ayudado a responder a mi pregunta principal. Lejos de la percepción arquetípica del monje como una persona que vive en constante paz, ser monje supone recorrer un camino vital de lucha interna y evolución constante orientado hacia la salvación.
Como me decía el Abad del Monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos): “Entrar a un monasterio supone entrar a un campo de batalla”.
Así como los monjes recorren su propio camino, también los monasterios evolucionan con el paso del tiempo. Unos espacios que no se pueden comprender sin su razón de ser primordial, la vida monástica. Y es que la falta de vocaciones está poniendo en jaque a una tradición centenaria que lucha por sobrevivir en un mundo que parece ajeno a esta realidad.
Este proyecto ha sido posible gracias a una beca de la asociación Patrimonio para Jóvenes.
Los monasterios que visité fueron (por orden): Abadía del Valle de los Caídos (Madrid), Santa María de El Paular (Madrid), Leyre (Navarra), San Pedo de Cardeña (Burgos) y La Oliva (Navarra).
Reflexión
Viendo ahora este proyecto con la perspectiva del tiempo, me he podido dar cuenta de las similitudes que existen entre la vida monástica y la fotografía.
Y es que aunque un monje y un fotógrafo aparentemente no tengan nada que ver, si nos paramos a reflexionar, nos daremos cuenta de que ambos guardan una relación muy profunda.
La vida contemplativa del monje y la fotografía se encuentran en ese camino de búsqueda de lo esencial a través de una mirada imparcial. El silencio, la serenidad o la concentración son algunos elementos que tienen en común.
La contemplación en el ámbito monástico se centra en la atención plena, una mirada profunda hacia la realidad en el momento presente. Al igual que en fotografía, primero hay que contemplar nuestro entorno antes de aventurarse a capturar momentos fugaces que reflejen la eternidad.
Como fotógrafos tratamos de capturar la belleza de lo cotidiano, de ver más allá de lo aparente. El monje busca conectar con Dios observando la belleza de su obra en cada pequeño detalle. Ambos somos eternos inconformistas con la realidad que nos rodea, siempre tratando de resignificarla y trascenderla con un fin superior.
Acerca del autor:
Grado en Comunicación Audiovisual, Universidad Francisco de Vitoria (2016-2020). Formación autodidacta en fotografía desde 2017. Máster en fotoperiodismo, escuela EFTI (2021-2022). Profesional autónomo en fotografía corportiva y social desde 2023 compajinando con proyectos personales. Empecé a cogerle el gusto a la fotografía gracias a un buen amigo en 2017. Salía prácticamente todos los días a hacer fotos por Madrid, probando nuevos encuadres y descubriendo poco a poco todo su potencial creativo. Se podría decir que me fui enamorando poco a poco de este arte, foto a foto. Aunque suene a tópico, puedo decir que la calle ha sido mi principal escuela para aprender fotografía. Son muchas horas caminando y haciendo fotos malas hasta conseguir los resultados que quería. De la misma manera también iba aprendiendo a manejar los programas de edición y a crear mis propios flujos de trabajo. Soy una persona auto exigente tanto en el trabajo como en lo personal. Me gusta buscar la esencia de cada historia e intentar transmitirla en imágenes a través de mi mirada particular. En todo este proceso de aprendizaje han sido muchas las fuentes de inspiración, desde directores de cine, escritores, arquitectos y fotógrafos que abarcan desde los clásicos hasta los más actuales.
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