Rukos

Sebastián Donoso

Rukos de Sebastián Donoso. Ensayo poético por Claudia Donoso Arquitectura del parche.

Arquitectura parásita arrimada a muros ajenos. Arquitectura fantástica. Arquitectura del camuflaje emboscada entre ramas. Arquitectura de la transmutación. Un cubrecamas es biombo. Una frazada es fachada. Parches, unión de los parches y amarres de ingenio, suturas. Calces y descalces de material plástico, lona, malla rachel obedecen a la ley de la emergencia.

No hay un ruco igual al otro. Sus habitantes son individuos. Rucos de autor. Rucos a ras de suelo a los que se ingresa arrastrándose. Rucos de medio cuerpo a los que se accede sentado o agachado. Rucos aspirantes a mediagua a los que se entra erguido.

© Sebastián Donoso

Se instalan en terrenos fiscales que no le pertenecen a nadie. Franjas de tierra al costado de las líneas férreas, laderas del río Mapocho, entre los soportes de rotondas y autopistas, al costado de las caleteras. Los sin techo son más que eso: son los sin suelo. “Donde se encuentre” anotan como domicilio en las planillas cuando quienes habitan la calle llegan a los consultorios. Imágenes narradas.

La frase “Una foto habla más que mil palabras” fue una verdad del siglo XX que dejó de ser cierta en el XXI en que sobran las imágenes y faltan las palabras. La saturación visual en que se desarrolla la sociedad del mundo virtual deja ciego. En la actualidad es necesario detenerse para mirar las imágenes de un libro de fotografía sin hacer zapping. Escribir y describir una fotografía que dejó de ser un despropósito. Fotografía en blanco y negro. La fotografía digital dio por muerta a la fotografía análoga. Lo que ha ocurrido es que la fotografía en blanco y negro se desplazó al campo del arte, a una minoría de cultores incondicionales, aficionados o no. En medio una realidad signada por la velocidad y la presión sin límite de la sociedad de consumo que consumen el tiempo de las personas,

© Sebastián Donoso

Sebastián Donoso se instala en un espacio anacrónico recuperado para sí mismo en el deambular. Ese tiempo lento y pausado se prolonga en el laboratorio donde deja de importar qué hora es, si es de día o es de noche. La pieza oscura anula esos referentes y el mundo se revela en las imágenes flotantes que van naciendo mientras el operador las mece en el líquido de las palanganas. En el fotógrafo que aprieta el obturador sin ser visto la ética reside en su conciencia. Es evidente que no puede pedir permiso si va a fotografiar el carnaval de Oruro o si anda cubriendo las guerras en Afganistán. Tampoco hay que parlamentar en el caso “del instante decisivo” -según la definición de Cartier Bresson- porque dejarían de existir parte de las obras más importantes y más bellas de la historia de la fotografía.

La serie Rukos de Sebastián Donoso se inscribe en un tipo de fotografía donde para calar hondo es indispensable un acercamiento delicado que dé paso a una mutualidad en la confianza. El acceso a la intimidad del otro hay que ganárselo con verdad, nunca con dinero. Una equivocación como ésa degradaría la instancia ética y la instancia estética rebajando la aproximación a las del turismo y la publicidad. Una forma frecuente de retribuir entre los fotógrafos, es el acto de devolverle su propia imagen a los retratados en una copia en que se reconozcan.

© Sebastián Donoso

Sobre cuatro años se ha demorado Sebastián Donoso en este trabajo. Se tomó todo el tiempo del mundo. La ruca es la mamá del ruco. Ruca es la casa del pueblo mapuche. Ruca es matriarca de pies estables enraizados en una tierra que le pertenece ancestralmente. El ruco es el hijo achunchado y sin raíz de la ruca. Su identidad está marcada por la cruza del invasor español que entra a saco en la ruca mapuche. De esa violación nace el mestizo, el chileno avergonzado de su origen que a su vez, sale cascando sin reconocer a sus hijos. El chileno se desplaza en el territorio en busca de sustento y va sembrando huachos por el camino. Es un padre ausente y trashumante que encuentra a sus iguales en trabajos mal pagados e inestables. Ahí, donde caiga, levanta su ruco temporal montado con ramas, palos, paja, huiros.

La palabra huacho aplica como insulto y como apelativo afectuoso e íntimo para referirse o llamar a hijos, maridos, amantes, niños y vacunos huérfanos de corta edad (Venga para acá mi huacho, mi huachito más querido. Huachita, tú que vai a comprar, tráeme cigarros). (Las ideas contenidas en este párrafo se inspiran en la lectura del libro Madres y huachos obra canónica de la antropóloga y Premio Nacional Sonia Montecino en el cual desarrolla una alegoría sobre la idiosincrasia chilena).

Sebastián Donoso le puso una K al ruco para apuntalarlo. Arquitectura del camuflaje. Los insectos palo simulan el movimiento de las hojas cuando hay viento. Caminan balanceándose hacia adelante y hacia atrás para engañar a sus depredadores. Hay mariposas inofensivas que imitan los colores y formas de las mariposas tóxicas para evitar que las devoren. Se le llama “captura” o “disparo” al hacer clic que se ejecuta al presionar el obturador. El fotógrafo tiene rasgos de depredador. Cuando hay abuso, se percibe. Ante las miradas hostiles, ante la animosidad, ante la posibilidad de ataque o desalojo los sin suelo recurren al camuflaje que es uno de los mecanismos adaptativos fundamentales de supervivencia existentes en la naturaleza. Comer o ser comido. Depredadores y presas procuran desaparecer ante la vista del otro.

© Sebastián Donoso

En la arquitectura de los sin suelo, el orden estético emerge de la vulnerabilidad. Su arquitectura responde a la precariedad material y al miedo de ser agredidos por individuos más fuertes. Al sentirse amenazados los insectos se hacen pasar por ramas, arena, nieve, flores, se cubre con los detritos que transportan para despistar. En los rucos el afán predominante es invisibilizarse, no llamar la atención. O bien producir extrañeza, duda y temor. LO UNICO ES EL SOL

© Sebastián Donoso

Las personas que habitan la calle no esperan nada de los políticos. Les resultan mucho más reales los capos del narcotráfico que generan algún chorreo en los territorios periféricos de la ciudad. Su interés único en las elecciones es el basural de pancartas de propaganda que dejan los candidatos al día siguiente. Parten entonces a cosechar maderitas para alimentar el fuego y un tipo de plástico resistente de calidad, ideal para reforzarle el techo a los rucos. Sobre todo en invierno. No son pequeños roedores que hibernan bajo tierra, en madrigueras forradas de hierba para mantener el calor. Sin embargo prefieren pasar frío a los horarios y reglas de los albergues. Acostarse con los pajaritos a las seis de la tarde, despertarse con los pajaritos a las seis de la mañana. No poder fumar, no poder tomarse el tetra de vino.

Algunos se agrupan o viven cerca de unos de otros. Hay que cuidar el ruco, defenderlo de los depredadores. El custodio es un perro. Los perros para la compañía, el calor y la guardia, los gatos para la compañía y ahuyentar a los ratones. Los habitantes de la calle cuidan mucho a sus perros y gatos. Los llevan al veterinario y gastan en comida especial para mascotas. La mayoría de los que viven en ruco se refieren a su vivienda como “mi casa”, es decir “mi hogar” que es el lugar donde se puede volver y acaso “anidar entre otros brazos”, como dice la canción.

© Sebastián Donoso

Ruco llamó los damnificados que quedaron a la intemperie cuando, en mayo de 1960, un terremoto de 9,5 grados en la escala de Richter arrasó con la ciudad de Valdivia y tuvo el desborde del río Calle Calle. Pasarían años antes de que Valdivia se levantara del suelo. La catástrofe alteró para siempre la topografía de la región y dejó alrededor de veinte mil personas sin casa. Con materiales provenientes de las ruinas de la ciudad los damnificados armaron refugios a los llamaron rucos debido a su precariedad. Los instalaron unos cerca de otros formando comunidades y se autodenominaron “ruqueños”. Ante la tardanza de soluciones habitacionales por parte del gobierno los damnificados constituyeron el Comité de Pobladores Ruqueños para exigir viviendas definitivas. Se les puede considerar como pioneros en la historia de las organizaciones sociales de pobladores que han luchado por el derecho a la vivienda y que a falta de respuesta, optaron por instalarse de facto en terrenos periféricos.

A pesar de que cualquier toma será seguramente reprimida, la aspiración de ser propietarios de unos pocos metros cuadrados de un suelo propio le ganó al miedo. Es ese justo anhelo el que originó, entre otras, las emblemáticas poblaciones de Lo Hermida, José María Caro, La Legua, La Bandera y La Victoria. Una de las consecuencias de una mala formación es la indigencia conceptual que nubla el juicio ya que no distingue entre la creencia y la reflexión. Este déficit atenta contra el pensamiento crítico y reduce la capacidad de comprensión de la realidad. “Somos lo que vemos” (Marshall McLuhan) y lo que vemos responde a la determinación cultural de la mirada.

© Sebastián Donoso

Aporofobia del griego áporos “pobre” y fobos, “miedo”. Odio, miedo y rechazo a las personas pobres o desfavorecidas. El concepto de aporofobia fue acuñado en los años 90 por la filósofa española Adela Cortina para diferenciar esta actitud de la xenofobia o racismo. LA POBREZA NO ES UN VIRUS. LA POBREZA NO ES CONTAGIOSA. LA POBREZA ES UNA CIRCUNSTANCIA SUPERABLE.

Al perderse la brújula no está demás volcarse a la Antigüedad para descansar de la actualidad. Diógenes de Sinope, filósofo griego del siglo IV AC era insolente y extravagante. Perteneció a la escuela de los “Cínicos” que despreciaban los honores, la riqueza y el poder. Transgredían las normas sociales y sostenían que el arduo camino hacia la virtud tenía como objetivo lograr la autenticidad y la autonomía individual. Diógenes circulaba rodeado de una jauría de perros, vivía en una tinaja, hacía sus necesidades en la vía pública, y sus únicas posesiones eran un manto, un saco, un báculo y un cuenco para tomar agua. Atraído por el personaje, Alejandro Magno quiso conocerlo y lo fue a ver. Diógenes no se puso de pie ni salió de su tinaja. El dueño del mundo conocido le dijo que le pidiera lo que quisiera, cualquier cosa que necesitara. Lo que el filósofo le pidió fue que se corriera para el lado porque le estaba tapando el sol.

© Sebastián Donoso

El llamado síndrome de Diógenes se caracteriza por la acumulación de todo tipo de objetos independientemente de su utilidad. Se diría que ése es un problema del “capitalismo salvaje desregulado” según la definición del poeta Armando Uribe. Capaz que los de la calle estén más lúcidos que los atrapados en el círculo vicioso del consumo. Han practicado involuntariamente y sin saberlo la virtud del desapego. Viven con lo mínimo, fuera del vértigo consumista y no dañan la capa de ozono. Saben que no son longevos y no es un tema para ellos. También saben que a la tumba ni ricos ni pobres se llevan nada y “que la muerte a todos iguala” (Jorge Manrique -1440-1479- en Coplas a la muerte de su padre).

La población callejera es muy diversa. Personas que cumplieron penas en la cárcel y al salir se encontraron con el redoble de la nada, trabajadores independientes a los que les remataron la casa por dividendos impagos, jóvenes que descubren que vivir en carpa les permite pagar los estudios ahorrándose un arriendo, obreros envejecidos prematuramente que nunca fueron contratados. Otros se quebraron porque no podemos superar rupturas afectivas y decepciones concatenadas. Hay personas que se arrancan de sus casas y no vuelven más. Huyen del maltrato, de las pateaduras, de la violación. Huyen del hacinamiento, del hastío de dormir de a dos o de a tres en camas de una plaza, de los tabiques inicuos, por donde se cuelan jadeos privados, ronquidos y pedos. Huyen de las deudas y de los insultos. En la calle, se sintieron liberados y más tranquilos. 

© Sebastián Donoso

 


Acerca del Autor:

Sebastián Donoso Larrain Se inicia en la fotografía a comienzos de los años 80, con el apoyo de Sergio Larrain y Juan Domingo Marinello. Durante sus inicios, Sebastián trabaja en el centro audiovisual de la Pontificia Universidad Católica de Chile, época en la que participa en el Segundo Anuario de Fotografía Chilena. Posteriormente, se embarca en la producción de distintos proyectos análogos de largo aliento, entre los que se encuentran Nidos, Rukos, Huellas de Sal y Ofelia.

En el año 2012, con el apoyo de Luis Poirot, publica su primer libro, En Torno. En los años 2013 y 2014 Participa en exposiciones en la Galería Oops y Galería Ciento por Ciento. Representado por Galería Franca en 2021 realizó la exposición Rukos en el Centro Cultural Las Condes junto con la edición del libro con el mismo título.

Sitios Web:

instagram.com/sebastiandonoso

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© 2019 Caption Magazine. ISSN 0716-0879