El otro Colca, Perú

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Ricardo Carrasco Stuparich

¿Cómo conquistar a los fotógrafos viajeros a publicar en nuestras páginas?, qué debemos hacer para llevar a cientos de lectores las fotografías de tus viajes, esas que están en discos duros almacenadas que no vieron la luz más que la de tu rostro iluminado por la pantalla. Sabemos que tienes material con tus experiencias, con tus travesías, con tus largas jornadas en lugares remotos o fotografiando a personas por distintas partes del globo. Material que no fue publicado, o material que no cumplía con las expectativas editoriales de los medios a los cuales enviaste. Este es un llamado a que te armes de ánimo y abras los cajones de tu estudio, de tu casa o taller, que busques esas placas en formato medio, en 35mm, en formato digital, sabemos que tienes una historia que contar y mostrar con tu peculiar mirada. Abrimos una nueva sección en nuestra revista donde podrás escribir tus experiencias en primera persona sobre el viaje que te marcó, el recorrido que descubriste por azar y que te cautivó; o simplemente la travesía visual que fue importante para ti y que piensas merece el goce de otras miradas con un texto enriquecedor.

Versión en papel digital

Así mi mente viaja hacia el gran valle del Colca y su famoso cañón, en Perú. Decidí sumergirme en esas quebradas mucho antes que lo visitara, ya que en mi adolescencia apareció en la casa un estupendo libro titulado “Descubriendo el Valle del Colca”. Las imágenes de ese documento me parecieron sorprendentes, sobre todo que en mí nacía la pasión por la fotografía y los viajes a lugares remotos.

El libro con imágenes de terrazas interminables entre montañas nevadas, volcanes y cañones profundos desapareció tan misteriosamente como había aparecido, pero las fotografías se quedaron en algún lugar oculto de mí mente. Años más tarde recordé aquel episodio y entonces decidí viajar hacia el gran cañón en una expedición de tipo Alpina, esto es, llevar lo mínimo posible para poder acceder a los lugares más remotos sin complicaciones.

© Ricardo Carrasco

 

Finalmente y luego de un viaje de tres horas desde Arequipa y 160 kilómetros de puna Andina llegamos mi compañera y yo al pueblo de Chivay, el que resulta un buen campamento base para recorrer el cañón. Nos alojamos en el Hotel Casa Andina Colca, situado a pocas cuadras de la plaza. Con mapa sobre la cama decidimos ir a ver qué tan profundo era el gran cañón y si podía revivir las imágenes que daban vueltas en mi mente de aquel lejano libro. Un día de sol y nubes pomposas como es habitual en diciembre y luego de hacerle el quite a los turistas que invaden hoteles y los motocars (pequeñas motos adaptadas como taxis con formas y colores absolutamente psicodélicos) nos dispusimos a viajar utilizando el que es para mí el mejor método para lugares remotos: tomar un taxi. En la plaza de Chivay abundan y luego de negociar un precio justo para varios días cargamos equipos y varias botellas de agua ya que el aire extremadamente seco de los altos Andes saca hasta la última gota de humedad del cuerpo. A poco andar y serpenteando por la ruta nos hicimos amigos de nuestro guía y chofer, el que nos insistía en que el atractivo del gran cañón son los cóndores así que nos dispusimos a ir a por ellos. Luego de una hora de viaje bordeando acantilados y un panorama de terrazas de cultivo de origen Cabana, Collagua e incaico, posteriormente llegamos al sector denominado Mirador Cruz el Cóndor. Abajo, muy abajo, el río Colca recorre el profundo abismo y sobre nuestra mirada, las imponentes y escarpadas montañas, un desnivel de más de 3.000 metros, un paisaje abrumador.

Pequeños senderos se distinguen en los cerros colindantes pero terminan abruptamente en algún acantilado vertical. Todo este paisaje Andino es matizado con pequeños pueblitos que entre montañas aparecen como pequeñas casitas que resulta difícil distinguir. Se escucha “el cóndor pasa” emanando de un bus de turistas, pero esta melodía no resulta seductora para los plumíferos que, por esta vez, definitivamente decidieron no pasar. Sin embargo, hay otro atractivo que me pareció más significativo y atrayente que la fauna local, la que es posible ver en gloria y majestad en épocas más frías. Se trata de las numerosas iglesias y templos católicos patrimoniales que atesoran los pueblitos del valle.

© Ricardo Carrasco


De un peculiar estilo arquitectónico Barroco mestizo, estas iglesias son el tesoro mejor conservado del lugar ya que los lugareños, apoyados por organismos internacionales, se han dado a la tarea de preservar cada templo y capilla. Así, en cada localidad del valle y a pesar del crecimiento de algunos de los pueblitos, el edificio más importante sigue siendo la iglesia, las que se ven a la distancia mientras se serpentea por el cañón.


La mayoría de estos monumentos fueron edificados en los siglos XVI y XVII aunque los hay posteriores, como la iglesia de Ichupampa, que data de 1866; se trata de construcciones muy vistosas con sus torres elevadas hechas de piedra sillar. Sus naves, al entrar, son amplias, con altares finamente decorados y retablos agasajados en pan de oro y pintados de colores con tierras locales, donde aparecen naturalmente las imágenes de la pasión y muerte de Cristo, acompañados profusamente de frescos y representaciones del santoral cristiano. Me llama la atención que la mayoría de estas reliquias permanezcan abiertas al público casi todo el año, únicamente resguardadas por algún devoto lugareño que entre un puñado de llaves, las abre o las cierra a discreción, afortunadamente para mí.

© Ricardo Carrasco


Luego de un frugal desayuno en el hotel, cámaras cargadas y baterías recargadas nos dirigimos valle abajo, hacia el cercano poblado de Yanque, donde nos espera la colosal Iglesia de la Inmaculada Concepción de Yanque. Los detalles aparecen por todas partes, incluido las grandes puertas de acceso, que en este caso son representaciones de felinos antropomorfos. Todos los accesos de estas maravillas están adornados con diferentes motivos; algunos imitan conchas marinas, otros rosetones y felinos. Sus numerosas torres y agujas son un rasgo distintivo, diferenciándose de las otras iglesias que en la gran mayoría de los casos sólo tienen un campanario central. Como la de Achoma, que está a poco andar de Yanque, bajando por el valle. Invisible a la mirada de los turistas, pareciera ser menos atractiva pero es muy hermosa, con su arco de acceso y sus pilares en mampostería rústica.
Siguiendo el mismo camino hacia Cabanoconde, aparece Maca que es la reina de las iglesias; desde que se accede abruman los frescos con representaciones clericales y filigranas en pan de oro finamente restauradas. Los arcos de medio punto empastados con precaución y rigor denotan el cuidado de su mantención. Afuera, algunas lugareñas Collagua, etnia predominante en el valle, visten sus trajes típicos junto a sus camélidos domésticos.


A menos de 50 kms y siempre bordeando el acantilado y las andenerías ancestrales aparecen profusamente plantaciones de papas, cebada y maíz, las que en tierras bajas proliferan en abundancia. Cabanoconde tiene un aire algo europeo, sus calles son angostas con locales comerciales de abarrotes y jugos naturales, amén de algún café con una terraza desde donde se ve claramente su templo principal. Aterrado veo una retroexcavadora en las graderías de acceso, pero sólo se trataba, una vez más, de trabajos de restauración. Desde Cabanoconde es posible acceder a lo profundo del cañón por senderos vertiginosos y dar con pequeños caseríos que se ven incrustados entre los roqueríos. Sin embargo esas son caminatas con guías expertos ya que no han sido pocos los accidentes de los que se aventuran por esos acantilados.


De regreso en el confort del hotel se pueden seguir planificando las visitas hacia los otros templos, pero por ir lejos he olvidado el que está a 3 cuadras, la iglesia de Chivay. Por fuera decepciona por lo simple de sus formas, sin embargo su interior es bellísimo y es una muestra de arte colonial pagano religioso, donde las paredes son adornadas con rosetones y enredaderas, velos y frescos con bautismales. En la tranquilidad y silencio de una nave lateral, tal vez el baptisterio, una lugareña reza sus plegarias. Ya nuevamente en ruta y con nuestro amigo taxista, nos dirigimos hacia la colonial iglesia de Canocota, su construcción se remonta al siglo XVII. Sus reliquias invaluables una vez más son custodiadas por algún lugareño que hace las veces de guía turístico.

© Ricardo Carrasco


Siguiendo valle arriba adentrándonos en la alta Puna Andina y bordeando el río Colca, en el cual ya es posible por primera vez, casi en un acto bautismal, remojarse los pies. Ya las terrazas y andenerías han quedado atrás, el paisaje cambia y su aspecto es claramente altiplánico, una gran meseta rodeada de nevados como el Hualca Hualca, Sabancaya y Ampato, todos sobre los 5.900 msnm. El aire se hace ligero, pero los días en Chivay han servido de buena aclimatación. Llegamos finalmente a Sibayo, un poblado para mi gusto, muy tibetano, de aspecto pedregoso, polvoriento y colorido. Aquí es posible almorzar algún llamito tierno con un trozo de choclo dentudo y ají bien picante. Como es mi costumbre, el pueblo tiene fiesta y justo es año nuevo. Lentamente llegan danzantes de todas las localidades cercanas y comienza el despliegue de trajes y atuendos típicos por doquier. Al frente del gran templo, el que está hecho de piedra arcillosa y ha sido restaurado permanentemente recibe a los músicos y danzantes. Trombones, flautines, platillos y trompetas celebran el año que se va y el que está por venir. El templo San Juan Bautista de Sibayo está feliz y tal vez las almas de los habitantes del cementerio indígena que está en uno de sus costados también lo estén, perpetuando la costumbre de una celebración pagano religiosa de colores y música festiva.

© Ricardo Carrasco


Al día siguiente, con la cabeza y las tarjetas repletas de danzas y colores andinos, nos dirigimos hacia tal vez la más septentrional de las iglesias, la lejana Callalli o San Antonio de Padua de Callalli. Se encuentra emplazada al final del cañón en el departamento de Arequipa. Se trata de un enorme templo con dos torres de piedra construido en forma de cruz. Por su lejanía, no ha recibido la misma atención que otros templos del valle abajo, sin embargo su estado de conservación permite abrirla al público. Durante los siguientes días recorro otros templos, tal vez menos llamativos pero igualmente muy interesantes; la sencilla Madrigal, o Lari que data 1886 tan bien restaurada y conservada o la solitaria Ichupampa con sus filetes azulados contrastando con el blanco cal de sus cúpulas. La pequeña Tuti resguardada por una viejita amorosa o la iglesia de Coporaque, de piedra cuadrada que más bien parece una fortaleza. El libro “Descubriendo el Valle del Colca” había cumplido para mí su objetivo, pero aún me faltaba fotografiar el paso del cóndor.

Versión en papel digital


Biografía:
Ricardo Carrasco es un fotógrafo y autor dedicado a documentar temas relacionados con la naturaleza, los viajes y los pueblos ancestrales. Sus artículos se han publicado en: National Geographic Magazine, Traveller (Ukla), Navigator Magazine, GEO, The New York Times, Americas Magazine (OEA) entre otras. Ha expuesto en China y Chile y ahora gestiona su banco de imágenes con miles de transparencias y digitales.

Trabaja en la actualidad en su libro Isolated World, que en su primera versión será sobre Chile y luego sobre México, Perú, Bolivia, Brasil, Argentina, Canadá y otros lugares que ha visitado.


Equipo Fotográfico:
Cámara: Canon EOS 5D Mark II
Ópticas: Canon EF 24-105 f4, IF 24-105; FD135 f3.5; Nikon Micro Nikkor 55 f2.8; 75-300 f4.5; 200 f4 ais; Olympus 135 f3.5; 28 f3.5

Sitio Web:
rcsphoto.net

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© 2019 Caption Magazine. ISSN 0716-0879