Sensaciones del Desierto, el Todo y la Nada

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Ricardo Carrasco

¿Qué busca un fotógrafo? ¿Qué lo mueve a ir a un lugar y perderse en selvas, montañas y desiertos? ¿Por qué es capaz de dejarlo todo y afanarse en un tema determinado?; son preguntas que hasta el día de hoy me hago. Tal vez algún día las pueda dilucidar, la inmensidad es una gran aliada.

Liberar la mente de imágenes preconcebidas, o intentarlo; porque eso es lo que ocurre cuando voy por alguna toma en particular, ya tienes la imagen armada en tu cabeza y solamente la construyes cuando disparas, en parte; y digo en parte porque la fotografía es tan personal como motivos hay ahí afuera.

Un llamado espontáneo, mirar el bolso fotográfico, pensar en qué lentes llevar y comenzar a armar un viaje en la mente. Tomar en las manos un teleobjetivo corto, o no tan corto, y pensar en su aplicación en terreno. Qué llevar, llevar demasiado se puede convertir en un problema logístico, llevar muy poco se puede traducir en una pesadilla y hasta llegar a perder, por falta de equipo, alguna imagen deseada.

Por otro lado, la decisión del formato. ¿Cuadrado, rectangular, panorámico?, ¿cómo pienso ver lo que veré, lo veré en múltiples colores, lo imaginaré en blanco y negro?, son tantos los factores que abruman al fotógrafo y finalmente, en mi caso, la decisión es llevar mucho equipo y dejar, en el campamento base (en este caso particular hotel) lo que posiblemente no usaré. De esta manera me aseguro de tener todo a mano o relativamente cerca

Paisaje extraño de un lago que ya no está. Valle de la Luna en Cordillera de Domeyko. A pocos kilómetros, San Pedro de Atacama. ©Ricardo Carrasco

También el formato escogido al momento de fotografiar es una máxima, intento respetarlo y huyo del cropeado, el recorte de lo que la cámara, como objeto ha entregado. Sin embargo, hay fotógrafos que usan el recorte sin titubear, escogiendo algún segmento que les interese de su imagen original. Todo es válido y por el hecho de tener tantas posibles soluciones siempre la ansiedad está a la vuelta de la esquina. El gran Ansel Adams tenía entre sus predilectas a una Hasselblad, que usaba con un magazine de 6×6 y recortaba sus imágenes a diestra y siniestra. Por otro lado, Bresson gastaba su Leica y rara vez prismaba o recortaba sus negativos y prefería conservar la proporción áurea.

Pero todo esto es sólo el comienzo del proceso creativo y por eso es imprescindible dejar en un apartado las ideas que nos puedan acechar sobre el laboratorio digital y la post, ya que con todos esos factores se haría prácticamente inviable disfrutar de la toma.

Antes de adentrarme -esta vez en las grandes llanuras- ya estaba un poco harto de ver las famosas postales de Chile y me sentía guiado, cual ganado a un establo estético y compositivo a fotografiar, indefectiblemente, las clásicas imágenes de nuestro país. Ya no soportaba ver una imagen más de las Torres del Paine con sus lagos y rocas verticales. Estaba cansado de ver esas fotografías saturadas de tonalidades falsas y colores pregnantes, casi iridiscentes. Necesitaba ir a un lugar donde no encontrara nada, o todo, y tal vez por eso esa fascinación que me atrae del desierto, la abundancia de lo escaso.

Estando en San Pedro -que ha cambiado tanto desde la primera vez que lo visité hace casi veinte años cuando aún era puro y salvaje- hoy con sus hordas de turistas (que regresarán después de la gran pandemia) y fotógrafos buscando lo evidente y posiblemente, más de lo mismo, lo primero que pensé fue: alejarse de la ciudad es necesario, salir a los salares, a los tierrales, a los muros de piedra apilada, a los cielos grises y cristalinos. Internarse en las quebradas con sus roqueríos interminables, que se pierden en el Altiplano.

Pequeñas terrazas calcáreas y costras azufrosas se forman en las alturas del Altiplano. Son aguas densas y cargadas de materiales. ©Ricardo Carrasco

Justo para mi buena fortuna, una gran tormenta de tierra y arena asoló las pampas, y pude ver la faceta más extraterrenal del Valle de la Luna y del ausente Licancabur, que se escondía tras una densa cortina de polvo y viento proveniente desde el sur del país. Hice algunas imágenes panorámicas con film y en formato 6×6 con la Hasselblad 500cm, también en digitales que es el soporte al que le guardo menos cariño.

Que agradable es despojarse del polvo luego de un día de búsqueda intensiva. Arriba, más allá del pequeño poblado de Machuca, el que conocí fotografiando los cementerios del desierto, ahora yacía nuevamente despoblado, pero con algo de nieve polvo en sus techumbres y unos vendavales que casi desgarraron de cuajo la puerta de la camioneta y hacían vibrar el pulso; disparar sólo incertezas, con tierra en los ojos. Y luego más arriba aún, hacia los campos termales, donde la tierra emana vapores tóxicos y todo es a escala reducida, donde los silicatos calcáreos forman terrazas, recordándome las terrazas de valles sagrados incaicos.

El aire enrarecido de toda esa franja Andina, dominada por nómades de lo alto, empapaban mis pinceles* con disparos diversos. Observar y detenerse a mirar y descubrir esas siluetas volcánicas cortadas como una gran cartulina contra un cielo azul solitario. Despojarse de lo innecesario, conservar sólo el foco en lo esencial. Tal vez por eso la labor del fotógrafo sea un arte solitario y la compañía sea una distracción más que un real aporte al momento de conectarse con lo fotografiado. Quizás no hay nadie más solo que un fotógrafo tras su visor, todo lo que ocurre frente a él es un universo externo, una realidad aparente que parcela con las cuatro esquinas, que escoge con el objeto. El fotógrafo en sí se transforma en el amo de ese mundo que no maneja, pero que sí escoge.

De regreso a las grandes planicies del Llano de la Paciencia, en las “tierras bajas”, me dedico a entender esos mares interiores que ya no están, esos salares que aparecen a la distancia con sus costras de sal donde la luz excesiva engaña a los ojos. Luego de algunos días recorriendo las vastedades del desierto y el Altiplano y ya en la comodidad de San Pedro de Atacama, ordeno el material, rollos en formato 120 de Ilford  PanF Plus y otros que guardan la incertidumbre de cada toma; las digitales yacen almacenadas en discos digitales esperando materializarse.

Volcán Licancabur. ©Ricardo Carrasco

*Pinceles: Nombre con el cual denomino a mis ópticas. De hecho dispongo de las mismas focales en diferentes marcas, y todos tienen una estética distinta. Siendo los lentes alemanes (Zeiss, Schneider-Kreuznach) más cálidos y apastelados. Los Japoneses Nikon y Olympus con predominantes azules, verdes y una cierta inclinación general a los colores fríos. Canon se mantiene con una paleta cálida y a veces eso es algo incómodo. Los lentes rusos son neutros, no son tan nítidos como los japoneses pero su estética es muy agradable, difuminados y con alguna viñeta que se hace presente que jamás molesta..


Equipo Fotográfico:
Cámara: Canon 5D Mark II, Hasselblad 500cm, Linhof Technorama 617, Nikon FM2, Nikon FE.
Optica: Canon, Nikon, Schneider Kreuznach, Carl Zeiss, Olympus, Helios CCCP.

Sitio Web: rcsphoto.net

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© 2019 Caption Magazine. ISSN 0716-0879