Érase una vez en la periferia

Ricard Estay

A lo lejos escucho como mi papá contesta al teléfono: ”Bienvenido a la República libre de Fittja”. Pensar en mi barrio de infancia es una lucha entre el hoy y el ayer. Un sabor triste de que sólo sea un recuerdo. Hoy yo soy otro, diferente al de entonces. Pero la eterna deuda de gratitud está siempre presente y me hace volver. El obligarse a revivir algo que ya no existe es tan irracional como necesario para cerrar el ciclo. Por eso estoy aquí ahora.


Me acuerdo de cómo los caballeros en torno al asiento de la plaza contaban historias teñidas por sus destinos a los edificios que los escuchaban a escondidas.

Recuerdo sueños despierto sobre dejar de ser un sospechoso.

©Ricard Estay

De como adolescente poder evitar estar en escaleras oscuras con el olor agrio de la hierba y pensar que algún día, quizás, podría encajar en la llamada «Suecia integrada».

El que no haya sido así no duele tanto ahora. Porque la verdad es que hay diferencia entre gente y gente. Entre ricos y pobres. Entre ellos y nosotros. Cambiar de dirección no ayuda. Los afilados dedos apuntando no se demoran en recordarte tu error. Esto es más una constatación que un discurso revolucionario.

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Mi mamá, que siempre quiso un jardín, tuvo un balcón de concreto con vista a la vida allá abajo, donde los chiquillos eran tan activos de noche como los trabajadores de día. Me acuerdo de mis vecinos, incluso de aquellos con los que no hablaba. Me acuerdo de los locos del barrio, los héroes invencibles de la sociedad. Me acuerdo de mis amigos, de sus familias. De las imágenes en sus paredes que revelaban de dónde venían y aquello que añoraban. Un pasado que, como esta historia, ya pasó.

©Ricard Estay

Recuerdo cuando descubrí por primera vez a Barry White, tenia doce años. En el equipo de música de un amigo había una foto de Barry sonriéndole al mundo.

-Es pariente tuyo? Le pregunté.
-No. Es Barry White, mi papá dice que él lo sabe todo sobre el amor.

De niño eran los veranos tibios y largos, el fútbol era un punto central de reunión y la ilusión de convertirnos en jugadores profesionales atraía a varios. Mas tarde serían otras cosas las que atraerían nuestra atención.

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Me acuerdo de aquellos que no resistieron la presión y se desvanecieron, hasta el día de hoy los recuerdo vivos. Aquellos que entregaban felicidad o pena dependiendo de a quién le preguntaras.

Cada cuatro años había elecciones. Me acuerdo del auto tipo Golf equipado con megáfono: “Vote por los Socialdemócratas!”. A pesar de que ellos al igual que la derecha, a menudo estaban presentes por su ausencia. Pero el fantasma de Olof Palme nos abrazaba por las noches y hacía brillar los ojos de los mayores cuando se hablaba de él. Les recordaba a los mártires que los revolucionarios fracasados traían bajo la piel desde sus anteriores patrias.

©Ricard Estay

Los viajes en tren subterráneo hacia y desde la pequeña aldea de concreto estaban llenos de añoranza frente a lo que esperaba allá lejos y de lo que acá en casa se nos ofrecía al retorno. Ahí se formó mi modo de ver el mundo.

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Recuerdo también las navidades sin dormir, de pararse y mirar el barrio. Sentir que el tiempo se detenía. ¿Cuándo iba a empezar la vida? Nunca habría imaginado que sería la temporal salida de Europa lo que me daría perspectiva. A veces uno no se da cuenta de lo que ocurre mientras está ocurriendo, se dice que sólo el idiota mira el dedo que apunta a la luna. Sin embargo crecer en la pequeña aldea de concreto con su “gran reputación” como involuntario producto de exportación, fue a la vez fácil y complicado. El poder trasladarse entre mundos en un mismo mundo nos convirtió a varios en cosmopolitas sin saberlo.

©Ricard Estay

Lo que recuerdo y lo que es real ya no puedo distinguirlo. Tal vez eso ya no tenga importancia. Algo aún vive. Fuimos nosotros los que paseábamos juntos. Existíamos. Existimos. Pieza de rompecabezas largo tiempo perdida, ahora encontrada, en aquello sin verdad definitiva es un frágil consuelo en lo que llamamos vida.

©Ricard Estay

 


Acerca del Autor:

El fotógrafo Ricard Estay, hijo de la dictadura chilena, nació el Suecia. Ha interpretado el barrio de su infancia, un suburbio de hormigón llamado Fittja, basándose en sus recuerdos, tratando de reconstruir un documento de un tiempo del lugar que ya no existe. Trata de dar una mirada de un hijo de inmigrante y la realidad lejos de la imagen de lo ”típico” sueco.

El fotolibro se publicó 2019 con el tituló En gång i betongen (Érase una vez en la periferia).

Sitios Web:

ricardestay.com

instagram.com/ricard_estay

Todas las fotografías publicadas aquí tienen el Copyright del respectivo fotógrafo.

© 2019 Caption Magazine. ISSN 0716-0879