Alfaraz

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por Nancho Martínez

Apenas tenía dos meses la primera vez que fui a Alfaraz de Sayago. Desde entonces hemos ido todos los veranos, menos aquel.

Para mí, el pueblo siempre ha sido más que un pueblo. Era el lugar donde era libre, sus caminos me regalaban un lugar que investigar con mi bici.

 

Desde siempre la gente allí ha sido… de pueblo. He visto vecinos entrar y salir de casa, la puerta nunca está cerrada realmente, algunos hasta nos traen chorizos y huevos a veces.

Me ilusionaba salir al panadero, nunca dejó de fascinarme que te trajeran el pan en una furgoneta a la puerta de casa, ya que no hay panadería en Alfaraz. No puedes ponerte malo ya que el médico más cercano está a más de 10 kilómetros en coche, y si te atienden es que has tenido suerte. El único bar que queda se mantiene gracias al ayuntamiento y a las partidas de chinchón.
Cuando era pequeño íbamos a ver las gallinas y a acariciar los caballos.

Su plaza nos ha visto correr saltar y caernos desde siempre. Los perros ladrando siempre han sido la banda sonora perfecta de mis veranos.

Aunque no me guste reconocerlo, la muerte de perra (Pispi) cambió mi forma de verlo todo. Cada vez el pueblo es más diferente, al hablar de él ya no se habla de familia y familias, sino de quién queda y quién no.

© Nancho Martínez

A día de hoy me parece maravilloso y a la vez triste que, en agosto, convivan generaciones de abuelos y nietos, pero al comienzo de las clases, sea cuando más vacías quedan las escuelas de Alfaraz.

Los muros de lo que antes fueron casas, que cargaban con el peso del hogar, ahora apenas pueden sostenerse a sí mismos frente a un fuerte viento.

Sé que quizá esto sea inevitable, pues el paso del tiempo no deja a nadie indiferente. Sin embargo, no puedo evitar pensar en cómo un pueblo que tanto me ha dado y en el que tan vivo me he sentido, se muere poco a poco.

Ríos, el discreto protagonista de la primera fotografía, era el propietario de Luna y Golfo. Ambos perros eran hermanos (hembra y macho, respectivamente). Siempre estaban vigilando la puerta del frontón y ladraban a cualquiera que intentara pasar. Cada vez que alguno de estos peculiares guardianes me ladraba, yo me asustaba. En mi casa siempre se habló de cómo el hermano macho mataba ovejas.

Sin embargo, ahora que ya no está, no me imagino como va a ser pasar por esa puerta sin tener que preocuparme de dónde estará ese dichoso pero tan hermoso perro.

Las manos de la segunda fotografía no son de otra persona que de mi abuelo. Mi abuelo, ese quien tantas veces me ha hablado el pueblo, ese quien conoce de memoria todas las calles y todas las casas del pueblo. Ese quien, desde que yo era pequeño, he considerado el culpable (obviamente, junto a mi abuela, quien también era de allí) de que casi todos los días de verano hubiera algún extraño en mi casa, esos malditos extraños a quienes poco a poco he ido poniendo cara, y he entendido, son el alma del pueblo.

© Nancho Martínez

Desde que yo era chico me contaba historias de la gente, de cuando él era joven y como “iba para el prao con las vacas” o como la liaban los jóvenes en las fiestas del pueblo. Hoy día esas historias ya no son recuerdos de momento sino en muchos casos recuerdos de gente que ya no está.

Me contaba cómo él salía del colegio y nada más comía salía con los animales a cuidarlos o a arar las tierras. Hoy día ya no pasa eso: en el pueblo ya no queda casi nadie con animales, y los pocos que quedan casi los tienen para uso propio.

Esos pequeños animales (aunque a veces no lo eran tanto) son protagonistas de mi tercera fotografía. Sé que no descubro el mundo a nadie si digo que en la vida rural los animales son de gran importancia, pero en el pueblo siempre tuvieron un gran peso para mí, ya que uno de los primeros recuerdos que guardo de este maravilloso sitio es ir a verlos con mi abuelo. Recuerdo perfectamente cómo me cogía en brazos para que pudiera acariciar el morro de los caballos o acercarles algo de hierba a la boca.
Cuando iba con mi abuelo por el pueblo me lo pasaba muy bien. Yendo con él entrábamos a los prados que conocía y nos acercábamos a los animales. La hora de la tarde en la que salíamos de casa para dar un paseo era mi hora favorita.

© Nancho Martínez

La penúltima foto es mi habitación de allí. Cuando lo digo, mucha gente se extraña porque no es muy normal que alguien tenga un crucifijo en su habitación y, aunque a mí me ofrecieron quitarlo, siempre dije que no. No deja de ser para mí esta pequeña talla un recuerdo de que, donde estoy, existe una gran tradición y un recuerdo de quien quiso ponerla ahí.

La última foto quizá sea la oveja negra del corral. Fue tomada en las Ventas, bastante lejos de mi pueblo. Sin embargo quizá conserve esta relación en cuanto a la tradición. Ese deseo que evoca mi pueblo en mí de querer preservar una tradición y una forma de ser que tanto me a marcado.

© Nancho Martínez

No es para nada mi intención poner solución a esto, ya que no creo que deba ponerse. Sin embargo no dejaré nunca de considerar necesario que el medio rural no quede olvidado.

La serie que presenté al concurso no dejó de ser lo que a mi modo de ver es la realidad, no solo el mío, sino, desgraciadamente, todos los pueblos de España.

 


Acerca del Autor:

Nací un 27 de julio de 2003. No hubo mucho que destacar en mi infancia, o al menos que no recuerdo. Fui a una guardería y a un colegio público en Leganés, al sur de Madrid. De padres trabajadores, pero aventureros, heredé una necesidad que hoy aún perdura, la de tener que moverme todo el rato de un lado para otro.

Me gustaría poder decir que recuerdo cuando hice mi primera fotografía o cuando cogí por primera vez la cámara, pero no me acuerdo. Por suerte sí me acuerdo de cuando salíamos en familia algún fin de semana al pueblo o donde fuera y yo me apropiaba de la cámara de mi padre, la cual para mí era un pequeño juguete y poco más.

Poco a poco, ese afán de diversión con la cámara se transformó en inquietud por entender los entresijos técnicos a los que cada día presto menos atención. Actualmente, me encuentro estudiando Comunicación Audiovisual en la universidad de Alcalá (para sorpresa de toda mi familia porque yo iba para ingeniero).

A pesar de todo, no recuerdo en mi vida un solo viaje en la que la fotografía no estuviera muy presente (en gran parte gracias a mi padre, a quien también le viene de familia).

No es esta serie más que una muestra de a dónde pretendo, humildemente, en algún momento de mi vida fotográfica (que como puede verse no es tan distinta de mi vida personal).

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© 2019 Caption Magazine. ISSN 0716-0879