Los Sin Voz: Tribus en extinción en el Valle de Omo, Etiopía.

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por Ralph Benett Crignola

El bajo río Omo, en el suroeste de Etiopía, es el hogar de ocho pueblos indígenas diferentes, cuya población asciende a unas 200.000 personas.

Sin embargo el futuro de estos pueblos pende de un hilo, ya que se construyó en este mismo río y con fondos italianos y chinos, una inmensa represa hidroeléctrica -la Gibe III-, que destruye tanto el frágil ecosistema circundante, como los medios de subsistencia de los pueblos originarios que están estrechamente vinculados al río y a su crecida anual.

Varias organizaciones regionales e internacionales ya denuncian que la represa Gibe III está acarreando consecuencias catastróficas para los pueblos indígenas del río Omo, que ya viven en condiciones extremas en esta zona árida y difícil.

Las Tribus del Valle de Omo

El valle bajo del río Omo es un paraje de una belleza espectacular, que alberga diversos ecosistemas, incluidas praderas, restos volcánicos y uno de los pocos bosques de ribera prístinos que quedan en el África semiárida, hábitat de una rica y variada flora y fauna.

© Ralph Bennett Crignola
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Los Bodi, Dassanech, Karo, Mursi, Nyangatoms, Arbore y los Hamer son algunas de las tribus que viven a lo largo del río Omo y dependen de él para subsistir, habiendo desarrollado complejas prácticas socioeconómicas y ecológicas adaptadas a las duras y frecuentemente impredecibles condiciones del clima semiárido de la región.

La crecida anual del río Omo propicia la rica biodiversidad de la región y garantiza la seguridad alimentaria de los pueblos indígenas en una zona con precipitaciones escasas e irregulares.

Estos pueblos dependen de este fenómeno para poder practicar un sistema de cultivos que depende de las crecidas, aprovechando la fértil franja que queda a lo largo de las orillas del río cuando el nivel de las aguas desciende lentamente.

También recurren al cultivo pluvial rotativo de sorgo, maíz, habas, pimientos, calabacines y tabaco en los terrenos inundase. Algunos de estos pueblos practican también la caza y la pesca.

© Ralph Bennett Crignola
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Las vacas, cabras y ovejas son parte vital del modo de vida de la mayoría de estos pueblos, al reportarles sangre, leche, carne y pieles. Las vacas tienen un gran valor y en algunas tribus se emplean como dote nupcial. Constituyen además una importante protección contra el hambre cuando escasean las lluvias y los cultivos. En determinadas épocas, las familias se desplazan a campamentos temporales para proporcionar nuevos pastos a los rebaños, sobreviviendo en base a la leche y la sangre que éstos les aportan.

Otros pueblos, como los Hamer, viven más alejados del río, pero gracias a una red de alianzas inter-étnicas también pueden acceder a los terrenos inundados, especialmente en tiempos de escasez.

A pesar de esta cooperación, cada cierto tiempo se producen conflictos entre los pueblos por los recursos naturales. Como el Gobierno de Etiopía se ha ido apropiando de cada vez más territorio indígena, la competencia por los escasos recursos se ha intensificado. Por otra parte, la introducción de armas de fuego provenientes principalmente del tráfico realizado por Somalia y Sudán, ha vuelto más peligrosas las luchas inter-étnicas.

La Pérdida de la Tierra

Los pueblos indígenas del valle bajo del río Omo han sufrido por años una progresiva pérdida de acceso y control sobre sus tierras. En la década del sesenta y setenta se crearon dos parques nacionales, en los que los indígenas fueron excluidos de la gestión de sus recursos. Los turistas pueden ir de safari y cazar en estas tierras, mientras que los dueños originarios tienen prohibida la caza de subsistencia.

© Ralph Bennett Crignola
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Durante los años ochenta, parte de su territorio se convirtió en superficie agrícola de regadío administrada por el Estado y recientemente el gobierno ha comenzado a arrendar grandes extensiones de tierra indígena a empresas y gobiernos extranjeros (en especial China) para que puedan desarrollar cultivos industriales, incluida la producción de biocombustibles.

Los pueblos indígenas que han habitado estas tierras durante generaciones, viviendo de la agricultura de subsistencia y del pastoreo de su ganado, no han tenido oportunidad de dar su opinión sobre el tema.

Aunque la Constitución de Etiopía garantiza el derecho a “ser plenamente consultados” y a expresar “sus puntos de vista en la planificación y puesta en marcha de políticas medioambientales y proyectos que los afecten directamente”, en la práctica la consulta rara vez se lleva a cabo completa y adecuadamente.

La cultura originaria de estas tribus respeta, en cambio, a cada integrante, así como sus opiniones y puntos de vista. Tradicionalmente, los habitantes del valle del bajo Omo toman todas las decisiones de exhaustivas reuniones comunitarias en las que participan todos los adultos. Sin embargo, muy pocos hablan amhárico, el idioma nacional, y los niveles de alfabetización son los más bajos del país, lo que significa que apenas pueden acceder a la información relativa a los asuntos externos que los afectan, como la construcción de la represa.

© Ralph Bennett Crignola
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Con la intención de sofocar el debate sobre las controvertidas políticas y restringir la sensibilización sobre los derechos humanos, el gobierno hizo público en febrero de 2009 un decreto por el que se establecía que cualquier organización benéfica u ONG que obtuviera más del 10% de su financiamiento de fuentes extranjeras (lo que es el caso de prácticamente todas las organizaciones sin fines de lucro en Etiopía) no tiene permiso para defender los derechos humanos y democráticos de estos pueblos.

Este caso nos hace recordar muchas situaciones a lo largo del planeta donde de enfrentan la “modernización” versus tradicionalismo.


Acerca del Autor:

Mi nombre es Ralph Bennett y soy de profesión publicista. Trabajé muchos años como creativo en agencias de publicidad nacionales y multinacionales y también en el Departamento de Comunicaciones del Observatorio ALMA en San Pedro de Atacama donde estuve a cargo de las Relaciones Comunitarias entre la organización y los pueblos y ayllús atacameños de la zona.

Desde que tengo memoria me gustó la fotografía y acompañaba por horas a mi padre revisando su inmensa colección de National Geographic.

Hace poco tiempo decidí dedicarme por completo a la fotografía y hago sobretodo fotografía corporativa habiendo trabajado, entre otros, con el Museo Chileno de Arte Precolombino, HPBiliton, Fundación Chile, COPEC, Inmobilia, Transap, ESMAX y la ONG Survival International.

Mi pasión absoluta, eso sí, es lo análogo en blanco y negro. Cada vez que puedo intento viajar para dejar constancia sobre temas sociales / culturales / antropológicos que me preocupan y creo importantes.

Un lente fijo de 80mm obliga a que el zoom sean mis pies y la falta de auto foco hace que algunas fotografías no sean “perfectas” como quizás se esperaría de una cámara digital con infinidad de puntos de enfoque. Pero creo que eso también ayuda a que la imagen sea un poco más real, de acuerdo a la estética que busco.

La “lentitud” de mi vieja Rolleiflex me da el tiempo necesario para entender qué quiero comunicar. Todo se convierte en un ritual. Un ballet mágico donde me dejo cautivar por lo que está pasando frente a mi. Las imágenes resucitan luego en mi pieza oscura y nunca dejo de emocionarme.

Sitio Web:

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© 2019 Caption Magazine. ISSN 0716-0879