Héctor González de Cunco: Poética de lo Cotidiano
Comencemos por el principio: en febrero de 1962 yo tenía 12 años y la Fotografía llegó a mi vida. Fue una calurosa tarde de verano. Recuerdo el momento que tuve en mis manos el ejemplar de “Selecciones del Reader’s Digest” que me prestó don Lalo Oliva, un amigo de mis padres. La revista traía un reportaje sobre el fotógrafo estadounidense Ansel Adams. Una de sus fotos, “Salida de la luna sobre Hernández, Nuevo México” me impresionó tanto que pensé: “Yo también quiero ser fotógrafo”.
El mes siguiente volvimos a clases y, como la casualidad no existe, un día cualquiera, el cura que nos enseñaba ciencias naturales, preguntó si alguien quería aprender fotografía. Así me convertí en su ayudante. El profe hacía fotos de matrimonios, pero cuando paría una chancha lo llamaban para bendecir la piara y retratar a los recién nacidos. Si instalaban teléfono en una casa, el cura iba a bendecirlo, para que solo trajera buenas noticias. Cuando compraban un refrigerador, lo bendecía para que siempre estuviera lleno. Como el cura no podía patear el corner y cabecearlo, mientras él desparramaba rezos y agua bendita, ahí estaba yo, para hacer click.
Nuestro negocio consistía en vender las fotos cuando el impacto del evento estaba fresco. Por eso, nosotros revelábamos en un laboratorio blanco y negro, instalado en el convento.
Ahora, con experiencia, veo que mi “maestro” tampoco sabía mucho. Varias veces, las fotos nos salieron rayadas. En otras ocasiones, se nos pasaba el revelado de la película y las fotos resultaban demasiado contrastadas.
En aquel tiempo, mi única “motivación estética” eran las moneditas que me tocaban por foto vendida. Aunque, también me fascinaba ver surgir la imagen, en la cubeta de líquido revelador. Me parecía sobrenatural. Un milagro que podías provocar cuando quisieras.
Terminé la enseñanza media, en 1966, me fui a Santiago y pronto comencé a trabajar en prensa. En ese tiempo, había pocos fotógrafos y todos nos conocíamos. Los más experimentados me fueron ayudando a mejorar la técnica, pero nunca escuché hablar de las posibilidades expresivas de la Fotografía.
Solo años más tarde, en 1981, cuando ya vivía en París, pude ver muchos libros, asistir a exposiciones y conocer fotógrafos de todo el mundo. Ahí asumí que la Fotografía es un lenguaje poético y un medio de expresión personal.
Acerca de este libro
En Cunco está la vieja casa de mi familia, abandonada. Es de madera y se la están comiendo las termitas, pero aun mantengo un refugio/guarida. Ahí me encerré a seleccionar fotos, definir un concepto y organizar secuencias. En ese proceso descubrí que nunca he hecho proyectos fotográficos dedicados a un tema específico.
Solo voy por la vida, experimentando lo que me toca y, con frecuencia, hago fotos. Después, me doy cuenta que algunas están relacionadas, ya sea por la arquitectura de la imagen, por tema o por estética.
En resumen, he documentado mis periplos de “vaga mundo” y tengo muy claro que, más que fotógrafo, siempre he sido un aventurero con cámara.
Este libro es un diario de viaje o una bitácora vital, pero, sobre todo, es un autorretrato. Decidí comenzar por lo más cercano: un paisaje de mi infancia, mi familia y gente de Cunco, mi “pueulo”, para terminar con las fotos que hice hace poco, en EEUU.
Entre medio, van décadas de aventuras.
¿Por qué lo estoy publicando?, quizá sea un pretencioso acto de soberbia, pero, cuando armo secuencias y surgen relatos visuales potentes, siento la necesidad de compartirlos. Quiero dejar muy claro que este es un “libros de fotos”, más cercano al álbum de matrimonio que a los “fotolibros” que hoy están de moda. Soy de otra época y no me interesa tanta postmodernidad.
Debo reconocer que siempre he sido mi peor enemigo. Desde joven, nunca valoraba mi propio trabajo. Por un lado, jamás pensé que mis fotos podrían ser valiosas y no me preocupaba de conservar los negativos. Por otro lado, las revistas y diarios donde trabajaba exigían que dejara los negativos en el archivo fotográfico y los sellos discográficos se quedaban con las diapositivas. Así que no tengo los negativos de muchas de mis fotos. También es cierto que, durante la dictadura, un par de veces allanaron las casas donde estaba alojando y se llevaron cajas de mi material fotográfico.
Tuve suerte y pude recuperar muchas imágenes porque algunos amigos o clientes tenían ampliaciones. En 1980 hice tres exposiciones en California y, gracias a eso, mi amiga Deborah Green pudo recuperó la serie del altiplano chileno, hecha en 1976, cuyos negativos desaparecieron. Había vendido las fotos expuestas y ella se dedicó a encontrar esos originales y los escaneó.
En 2022 y 2023, de nuevo estaba en California y colgaba mis fotos en la calle. Me sorprendía que la gente se interesara tanto, por mirarlas y comprar. Ahí nació la idea de publicar este libro. Si les interesaba a los gringos, más le podría interesar a la gente de Chile, pensé.
Por otro lado, a fines del 2023, el ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio me dio un premio a la trayectoria creativa y el Museo de La Araucanía me compró una serie de 25 fotos para su colección permanente. Eso fue otro impulso para concretar este libro.
El 21 de Junio del 2024 cumplí 75 años y comencé a redactar una postulación al Fondart Regional de La Araucanía. Tuvimos suerte, lo ganamos y aquí estamos.
Siempre supe que solo serían 63 fotos, como un guiño a los 63 años que llevo en este oficio. Ese ya era un tremendo desafío. También, supe que el libro tenía que ser en blanco y negro, porque son mis orígenes.
Mientras trabajaba en este libro, tuve presente a las tres personas cercanas que siempre menciono al comenzar todas las charlas, clases y talleres que hago, en colegios, universidades, festivales de fotografía y centros culturales. Hoy no pueden faltar:
Carmen Bueno Cifuentes, compañera de curso en la escuela de Artes de la Comunicación de la Universidad Católica. En clases, de ella aprendí a ser disciplinado. La policía política de la dictadura la detuvo, el 28 de Noviembre de 1974, y desapareció, para siempre.
Hugo Araya, “El Salvaje”, camarógrafo y fotógrafo. Allá por 1968-69, en pleno gobierno de Frei Montalva, nos encontrábamos en las manifestaciones y me preguntaba:
– “¿Qué anda haciendo, compañero?”
– “Aquí ando, haciendo fotos de la marcha, para mi editor”, respondía yo.
Como no le gustaba mi respuesta, me aleccionaba:
– “Usted está registrando las luchas del pueblo chileno, por un futuro mejor”, decía.
Hugo Araya me hizo entender que la fotografía “siempre” es un acto político. El 11 de septiembre de 1973, en un pasillo de la UTE, Universidad Técnica del Estado (hoy USACH), cuando estaba anocheciendo, quiso hacer algunas fotos pero los militares lo vieron y le dieron un balazo. Murió al amanecer del día 12.
Oscar Castro Videla, fotógrafo. Era casi 20 años mayor que yo, con gran experiencia en el oficio y trabajaba para la ENAMI (Empresa Nacional de Minería). Oscar me enseñó a revelar y ampliar blanco y negro con calidad profesional. Después del golpe de estado, montó un taller de lapidado de lapislázuli y me invitó a trabajar con él, para sobrevivir. Detenido el 16 de Agosto de 1974, fue visto por última vez en la cárcel clandestina de calle Londres 38. Nunca más se supo de él.
Ansel Adams
Ahora quiero cerrar el círculo, contando mi aventura con Ansel Adams.
En 1980 me invitaron a exponer la colección de fotos del altiplano, en Berkeley y San Francisco de California. Ahí conocí a Deborah Green y le conté que me había interesado en la Fotografía al ver una foto de ese señor. En EEUU, don Ansel era un héroe nacional, reconocido por sus paisajes del oeste.
En esa época yo escribía artículos, con texto y fotos, para el suplemento dominical “Buen Domingo”, del diario La Tercera.
Deborah hizo las gestiones y el 12 de diciembre de 1980, pudimos entrevistar a don Ansel Adams, en su casa de Carmel, California.
Por casualidad, ese mismo día, Deborah cumplía 27. Yo tenía 31. Viviamos en Oakland, salimos temprano, llegamos a Carmel con tiempo de sobra y a las cuatro de la tarde, en punto, tocamos el timbre. Casi nos caímos de culo cuando el mismo nos abrió la puerta.
En ese tiempo yo no hablaba inglés y Deborah hizo de intérprete.
Don Ansel quería saber lo que pasaba en Chile. Además, con sencillez y amabilidad, comenzó a hablarnos de conservación de la naturaleza, de su infancia estudiando piano y de la importancia que el parque nacional Yosemite tiene en su vida.
También me dejó varias cosas grabadas, para siempre. Por ejemplo, el concepto de pre visualizar, que consiste en imaginar la copia final, ampliada, antes de obturar. O cuando explicó que una foto se “hace” y no se “toma”, porque el fotógrafo está obligado a decidir muchas cosas, partiendo por qué dejar dentro de cuadro y qué afuera; cual será el elemento principal de la composición y cuales los secundarios. También hay que definir desde donde hace la foto y la hora del día, porque la textura y el volumen de un paisaje también tiene su “momento”, según la luz y cambia, en segundos.
Lo escuché explicar cómo capturó la imagen que tanto me impresionó. Dijo que él iba manejando, de vuelta a casa y estaba oscureciendo. Vio la luna, sobre un pueblito blanco, que se llama Hernández. Se detuvo, rápidamente armó su cámara de placas, con trípode y un detalle me quedo grabado: mencionó que él sabía cuál era la exposición correcta para la luna (diafragma y velocidad). También contó que, poco después de “hacer” esa foto, hizo varias ampliaciones, pero, años después había hecho otra versión, más contrastada.
Nos despedimos a las siete de la tarde y con Deborah aun recordamos ese viaje de vuelta a casa, 45 años atrás. Yo iba manejando y no podíamos creer la hermosa aventura que nos regaló la vida, justo para su cumpleaños.
Redacté el texto, revelé las fotos, arrendé un cuarto oscuro para hacer las ampliaciones y envié el material al diario La Tercera, por correo expreso y certificado. Un mes después, recibí la respuesta de doña Ines María Cardone, directora de “Buen Domingo”. Me decía que no sabía quien era mi entrevistado y que no iba a publicar nada, porque un fotógrafo NO podía ser personaje muy importante.
En ese tiempo no había internet ni existía San Google. En Chile tampoco había mucha cultura fotográfica.
Eso sería todo.
Redactado en Cunco, Marchigue y Ñuñoa, octubre del 2025.Proyecto Fondart Regional de La Araucanía, 2025.
Acerca del autor:
Nací en Cunco, La Araucanía, en 1949. Soy fotógrafo autodidacta y comencé a los 12 años, como asistente de un profesor que hacía fotos de matrimonio. En 1966 me fui a Santiago, para estudiar una licenciatura en matemáticas en la Universidad de Chile, pero trabajé como fotógrafo de prensa y para sellos discográficos. En 1970 se abrió la Escuela de Artes de la Comunicación, en la Universidad Católica y me cambié, aunque no terminé ninguna de las dos carreras. A los 30 años de edad (1979), el azar y la dictadura me empujaron lejos. Primero pasé un tiempo en California y después me instalé en Paris, donde fui asistente de un fotógrafo publicitario y también hice fotos para teatro, para diseñadores de moda y fotos de arquitectura para empresas constructoras. En 1992, quinto centenario del viaje de Colón, me tocó ser el fotógrafo oficial del pabellón de Chile en la Expo Universal Sevilla’92. En España, comencé a trabajar como paparazzo, para agencias de prensa del corazón y mis fotos se publicaban en las revistas de farándula.
Empecé a regresar a Chile en 2008, aunque sigo viajando mucho. En 2023, el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio me concedió el Premio a la Trayectoria Creativa en La Araucanía. Mi trabajo está representado en la Biblioteca de la Universidad de Stanford, Museo de Arte Moderno de Chiloé y en el Museo de La Araucanía de Temuco.
Enlace:
Instagram: @hectordecunco




